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Luis Buosi Buosi

ICE 1021

Francamente sí estaba muy nervioso. Le dolía el cuello. La espalda. Llevaba tanto tiempo planeando este viaje y no sabia todavía quién lo iba a recibir, ni en qué o cómo iba a terminar esa idea loca, halucinada a altas horas de la noche por la diferencia de horarios. Pénsandolo de la manera más franca, ni siquiera sabía por qué había empezado este viaje a pesar de su mejor juicio. Probablemente — pensó — por Sarah.
Se acordaba tan bien de Sarah, de sus ojos brillantes, sus pómulos altos, sus labios siempre resecos y cuarteados de tanto sonreír. Ay, Sarita — se lamentó con un suspiro. Al menos a esa Sarah, a Sarita, la recordaba bien. ¿Pero será esa la Sarah que me toque esta vez? — se preguntó contemplando el reflejo melancólico en lavamanos estancado. Recordaba bien a Sarita, esa versión tímida de la persona a la que habia conocido a los meses de nacidos, con quién se había más o menos criado y de quien, a su pesar, se había enamorado poco antes de que la vida les pusiera el Océano Atlántico de por medio en el 98.
Recordaba agradecido que la pérdida de contacto no había sido larga. Que, tan sólo unos años después, habían retomado sus vacaciones familiares. A esa otra Sarah que le había tocado conocer entonces tambíen la recordaba bien. La Sarah adolescente de principios de los 2000, un poco más insegura y gentil. Una niña en cuerpo de mujer de la cuál había esperado poco y recibido mucho más de lo que cualquier niño puberto como él a sus 16 hubiera podido soñar.
Tal vez la que más se había grabado en su memoria hubiera sido la Sarah que por un golpe de suerte y dos del destino, había pasado por una metamorfosis rarísima entre 2008 y 2014 que la había dejado en un estado sobrio e insaciable, con una sed vehemente de vida, como si en poco más de media década se hubiera dado cuenta de lo mal vividos que había pasado sus 20 y tantos años y que ni eso, ni sus juanetes, ni sus kilitos de más, ni sus ojitos somnolientos le lucían a su curriculum. Dispuesta a cambiarlo todo, había decidido hacer mejores inversiones con su tiempo y había terminado el contacto con la familia. A esa Sarah, Sarah Buosi Vega, la de la cabeza llena de ideas, productos y misiones para resolver el problema de este país, casi no le tocó verla. De esta era de la Sarah de la que Luis se acordaba cada vez que se preguntaba por qué habían perdido el contacto, por qué no les funcionaron las cosas, o el qué hubiera sido. Esa era la Sarah que le recoradaba que todo tenía su razón de ser.
Recordaba haberla visto un poco más feliz pero también un tanto más insoportable en 2019, antes de que todo se les hubiera ido irreparablemente a la mierda. Había ido sido la última vez. A finales de verano. Un verano como este — recordó, tan propenso como siempre a ver relaciones dónde no las hay — probablemente sea esta la Sarah que me reciba. De lo que no se acordaba, y a lo que le venía dando vueltas desde que se había subido a ese tren en Dortmund, era el por qué. Por qué habían perdido el contacto y por qué, después de tanto tiempo habían decidido ese preciso momento de sus vidas para verse otra vez. Ese momento en el que el peso de la vida le colgaba a Luis del cuello con la urgencia de los 8 kilos de Saralein. Terminó de limpiarle la cara. No pudo evitar decirle lo que llevaba aguantándose los últimos 6 meses, intentándo olvidarlo y sin embargo encontrándoselo a cada tropezón: Ya casi vas a conocer a quién debió de haber sido tu mamá — Se acordó de Humberto — Si es que llega...

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