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Alice Bidgood

ICE 1021

Inexorable — pensó, cerrando la puerta con la certeza de haber perdido algo, fuera lo que fuese, de manera permanente, irrevocable, irrecuperable — Inexorable — Repitió más lento. Como degustando la palabra, buscándole sabor, como intentando adivinar el recuerdo de ese sabor que llevaba buscando desde que se había despertado con esa palabreja rara entrecruzada, atravesada entre todos sus pendientes y su lista casi interminable para empacar. Inexorable, en efecto — se repetió una vez más, retrazando mentalmente la madrugada, el insomnio, los primeros pasos de la cama al baño y del baño a la cocina, pasando por el cuarto vacío de Dinah, sin saber aún quién o qué le había jugado chueco plantándole esa la palabrota roñosa debajo de la almohada, que cual garrapata ahora la acompañaba aferrada su cabello reseco y lavado a las prisas, recordándole como un susurro al oído la única e irrevocable certeza que llevaba consigo desde aquel día en que la tía Martha la había mandado de intercambio al otro lado del Atlántico tantos años atrás: Necesitaba regresar a casa. Regresar a ella o perderla. Así como había perdido la virginidad, la custodia de Dinah y en un proceso tan largo y lánguido, de manera más sutil y aún más triste, su lengua materna. 18 años aprendiéndola para venir a perderla en tan sólo 10 — pensó a modo de reproche — ¡Inexorable!

Que pretencioso, la verdad — se dijo con un poco de pena. Subió la tapa del escusado que algún salvaje, hombre seguramente, había bajado — Como el tío John. Así de sucio y pretencioso como el tío John. Pobre tía Martha, la verdad. Que Dios la tenga en su gloria... inexorable — recordó sin recordar — Me va a volver loca. Voy a quedar como el tío John y sin una tía Martha que cuidarme. Pobre tío John, sí terminó muy mal y a muy mala hora. Yo no quiero terminar así. Él al menos sí era carísmatico. A él podía olvidársele todo y se le podía achacar cuaqluier defecto excepto el de no ejercitar su memoria — Si algo le sobraba a semejante snob era la voluntad de recordar y una pasión religiosa para los crucigramas, virtudes que Alice siempre le admiró, pero nunca tuvo la disciplina para cultivarlas estando sola. Tal vez de ahí que se le olvidara ahora, palabra por palabra, el idioma de su familia, de su infancia, de tantas cosas. Suspiró al sentir el chorrito — Lo que es el olvido, en serio ¡Inexorable!

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