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Aleks a secas

ICE 1021

Con el corazón todavía nadándole en la garganta en la mezcla de alcoholes y semen que le habían permitido llegar hasta donde fuera que estuviera, Aleks soltó manija de la puerta de ese baño, tantas veces más amplio que las casas de campaña de las últimas semanas. Por primera vez en las ya bien entradas 14 horas de ese día, pudo darse el lujo de sentirse en la privacidad de sus 4 paredes prestadas. Un lujo que a estas alturas de la vida – después de haber perdido la patria, la familia, los ahorros y recientemente hasta el asco – le parecia más bien decadente y casi inmoral.

Lo primero que hizo fue aprovechar el agua corriente para quitarse las lagañas que llevaba desde que cayó la primera bomba. Igual que aquel día, sintió una extraña sensación de agradecimiento con el de abajo al verse en el espejo. Tal vez fuera el espejo a medio ensuciar o tal vez la naciente nostalgia la que hizo que Aleks reconociera en su reflejo lo que amaba de la herencia de papuchka y mamuchka – esos ojos azul profundo, el cuello alargado y terso y esas tetazas respingadas y jugosas que tan buenos servicios le habían rendido – y no, a diferencia de cuando todavía tenía un techo propio, la herencia deudora y despreciable – la barba mal poblada, el entrecejo negro y las nalgas caídas.

Fuera lo que fuese, Aleks se sintió feliz por un breve momento. Feliz de saber que había podido llegar tan lejos con sus propias fuerzas, con nada más que la poca ropa que llevaba puesta debajo del abrigo prestado y su cuerpo como motor y capital, feliz de saber que mamuchka y papuchka habían tenido la suerte de haber recibido la bomba entera de cuerpo presente, rápida e indolora. Esa bomba había sido lo mejor y lo peor que le había pasado – pensó mientras sacaba la jeringa vacía – le había quitado todo, hasta la necesidad de explicarles cómo había pasado de una escuela privada a vivir en la calle, o por qué, después de amenazarlos tantas veces con irse al Occidente a vivir la vida justa que merecía, regresaba ahora sin una grivna, sin boleto y con la convicción de que la misma miseria que había visto en casa también había echado nido en Alemania y probablemente en todo lo que antes había considerado un paraíso. Vaya paraíso el que me dieron por el culo – se dijo con una risita gonorreica, que enseguida se convirtió en dolor y luego en un suspiro casi inaudible. No se secó las lágrimas.

Bajó la tapa del WC a medio vaciar y se entronó, relajando los músculos para dejar ir el dolor y recibir el alivio que vendría con la primera dosis. Vació sus bolsillos. Primero la bolsita, luego el iPhone, la cuchara de la suerte de la abuela, vaselina. El encendedor estaba hasta el fondo del bolsillo. Lo sacó y lo probó 2 veces. Todo en orden – pensó con el pulso todavía acelerado – ahora sólo necesitamos que esta suerte nos dure hasta la frontera. 8 horas más, suka....

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